domingo, 13 de marzo de 2011

De París, globos y aferrarse.


Todos nos aferramos a algo, y a todos no ha marcado algo: sucesos en nuestra vida, una canción, una película, un aroma, una obra.


De mis obsesiones y aferraciones (¿siquiera es eso una palabra? ¿aferraciones? ¿aferrancias?) puedo contar muchas; pero la que me trae a escribir este post es específicamente una: la fantasía.


Ocupo demasiado tiempo de mi vida imaginando como sería si pasaran otras cosas, si estuviera en otros lugares, si fuera otras personas. Sueño demasiado con tener una vida maravillosa, aspiro a la felicidad utópica que mi mente ha creado, deseo con toda el alma que lo yo creo lo mejor suceda en mi vida.


De París. Recién vi por milésima vez ‘The Devil Wears Prada’, definitivamente una de mis películas favoritas de los últimos años. Cada que la revisito, me doy cuenta de que me inspira, me impacta, me motiva a soñar. Esta es esa película que me hace preguntarme ¿cuándo voy a cumplir ese sueño de dirigir el arte de una sesión fotográfica de moda?. El glamour, el lifestyle, el aferrarse a un sueño, el esforzarse para cumplirlo, creer en uno mismo, creer en los demás, que los demás crean en ti, el acento inglés de Emily, los outfits de Andrea, el carácter de Miranda, la dirección de arte de Nigel, París, el amor... ah, el amor.


De globos. París, inevitablemente una ciudad que me recuerda el glamour, el estilo, el romance... y Sex and The City. ¿Cómo no pensar en Carrie Bradshaw cuando pienso en globos? Sí, lo sé, es estúpido. Pero Carrie con el corazón roto (y recompuesto) en París marcó mi vida, porqué o cómo, no lo sé, pero lo hizo. Y cada vez que pienso en ella, pienso en Nueva York, en la escena de Carrie recorriendo la ciudad con globos rojos a cuestas. No puedo dejar de pensar en las veces que le rompieron el corazón, las veces que odió a los hombres, las veces que los amó, las amigas, la ciudad,los outfits, el romance... oh, el romance.


De aferrarse. Y nada, descubro que yo soy de esos que se aferran a que las películas, las series, las historias tienen la verdad última del universo, que sus conmovedoras historias se replican en la vida real, que sus encantadores personajes se podrían conocer a la vuelta de cualquier esquina de esta ciudad. Realmente he pensado que el príncipe azul llegará (después de un par de sapos, por supuesto), que tendré la cita de mi vida en un romántico café de los suburbios, que recorreré París de mano del hombre de mi vida. Que algún día seré talla 30.


La realidad es que tal vez nunca conozca al hombre de mi vida a la vuelta de la esquina, o no lo conozca en absoluto; que en mi vida no habrá una historia épica digna de ser narrada en noventa minutos; que la verdad universal sobre la vida y el amor probablemente no existen; que si algún día llego a tener una cita (ya ni siquiera ideal) probablemente será en un lugar cualquiera, que tal vez nunca llegue a Europa... o tal vez todo sí suceda.


Tal vez esos sueños es lo único real a lo que uno puede aferrarse, tal vez son éstos los que me van a llevar a hacer todas esas cosas que habitan en mi mente. Después de todo, los sueños siempre se sienten reales.

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